En ese monte vivía el
último yaguareté que caminaba atento y cauteloso en pos de su presa. A partir
de un atardecer, cuando los ocasos se llenaban de penumbras, comenzó a emitir unos
tristes gemidos, al sentir en soledad que se acercaba su fenecer. Hasta que una
noche cesaron sus
lamentos. Dicen que desde entonces, se escucha como que el viento gime en ese
monte, recordándolo al llegar el anochecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario